*Fotograma de Network (Dir. Sidney Lumet, 1976)
El agora, entendiéndolo en el sentido clásico, era el espacio donde el ciudadano libre dejaba de lado la esfera de lo familiar (oikos) para interactuar en el espacio de la vida pública (bios politikos). Es en el agora donde se manifiestan las discusiones, los debates, las conversaciones que preocupan al ciudadano y donde, en última instancia, reluciría la visión de la opinión pública [1]. De alguna manera, la Ilustración recuperaría este ideal del agora –del cual solo eran participes el varón burgués – para la conformación de la opinión pública en espacios como fue primero en las tertulias de los cafés y , posteriormente, el nacimiento de la prensa moderna.
Sin embargo, tal como lo describe Habermas, las propias instituciones creativas que había originado la burguesía, durante el s. XX en lo que fue el auge de la cultura de masas tornaron en aparatosas estructuras mediáticas donde la razón instrumental acabó por supereditarse a la razón moral. El objetivo de controlar a las masas y de tecnocratizar la vida abrió el debate de si la Modernidad es un proyecto interrumpido para unos o fracasado para otros.
El show televisivo debe seguir
La democratización de los canales no es la democratización al acceso de las estructuras mediáticas. Viendo el mapa mediático, la mayoría de la información queda concentrada en unos pocos conglomerados multimedia. Tales informaciones quedan al servicio de los intereses político-económicos de tales empresas o son transformadas en programas de info-entretenimiento (banalización de la información), que quedan totalmente dependiente de la tiranía de las audiencias -traducido como el rédito económico-comercial. En resumidas cuentas: la información como un poder asimétrico, un tráfico comercial y de influencias.
En los mass media, sobre todo la televisión, existe una virtualidad del debate. La estructura mediática, aparatosa y viciada, acaba por preconstituir y hacer de cortapisas de la supuesta opinión pública: seleccionando de lo que se habla respecto de lo que no. El ejemplo del formato televisivo de la tertulia, donde la mesa de tertulianos es prácticamente idéntica – tertulianos que saben un poco todo y acaban por no saber de nada en concreto – y en el cual los argumentos esgrimidos son, en muchas ocasiones, ideas preconcebidas [2]. A su vez, ha habido una homogenización en la forma de los contenidos, la espectacularización de la televisión ha llegado a tal punto que el formato de la tertulia ha ido degradando a una polarización de los debates, a la confrontación continuamente buscada. Las diferentes tertulias se llegan a distinguir por su temática: Al Rojo Vivo, El Chiringuito de Jugones, Sálvame; pero en el peor de los casos acaban por pisarse en el mismo programa política, salsa rosa como hooliganismo periodístico (Sobre esto: Manuel Ligero alerta sobre la banalización y normalización de la ultraderecha en nuestra televisión: Así es cómo la televisión te convierte en fascista). En todo esto, la figura del líder de opinión se presenta como una especie de nuevo profeta al que adherirnos a sus enseñanzas.
La falsa apariencia de debate en redes
Con el auge de las redes pudo parecer que habíamos encontrado un lugar de emancipación respecto a los viejos medios. En este sentido, las redes como una disputa a las antiguas maneras de informar. Un lugar donde los ciudadanos acceden a la red a título de usuario personal. Es en internet donde hoy se originan muchos de los “debates” latentes de la sociedad, que se retroalimentan de manera bidirideccional con la triada de medios tradicionales. Aunque a mi juicio, si bien podemos hablar de una democratización del uso de las redes, es decir, un acceso brutal de las personas a las formas de comunicación, que antes quedaban fuera por la exclusividad de participar en radio, televisión o prensa. En muchos casos no existe debate real alguno. Vayamos por partes:
Existe algo paradójico respecto al espacio internauta: somos capaces de acceder a la comunicación global desde el total aislamiento de nuestras casas. Da la sensación que a medida que los medios de comunicación avanzan, más nos meten para el interior de nuestras casas. Habría que preguntarse hasta qué punto no hay una perdida de esencia en el debate cuando quedamos relegados a la esfera del hogar. Por otro lado, en el debate de internet no existe el reconocimiento del otro, no existe una jerarquía de los participantes, no hay una diferenciación como la del profesor-estudiante o conferenciante-espectador. Si algo bueno tiene la jerarquía es que arroja una determinada autoridad o respetabilidad entre los distintos participes del debate. Si acaso la jerarquía en redes viene marcada por el número de seguidores, de likes, de retuits… Por otro lado, el tono del “debate” está regido por el todo vale. Teniendo desde la opinión modesta o respetable, la ironía y el trolleo, hasta el mero hateo o la búsqueda del zasca (Alicia Ramons sobre el Zasca). Mientras que la televisión encorseta el debate en sus formatos, tiempos, tertulianos… las redes han demolido cualquier tipo de moderación alguna. Un todos contra todos como cantaba Eskorbuto. En este punto, sugerir el debate acerca de la naturaleza de los usuarios: ¿es el usuario anónimo una mascara exagerada de la opinión del ciudadano o es el usuario la manera en la que el ciudadano desenmascara su verdadera opinión?.
A su vez, las redes crean y retroaliementan la participación de los ingroups, entendidos como aquellos círculos de personas donde la opinión es homogénea. El problema de estos ingroups [3] es que la propia estructura de las redes sociales los fomenta. Por aquello del famoso algoritmo en la que se selecciona y agrupa aquellas informaciones que no contrastan la opinión sino que la corroboran. De esta manera, estamos sometidos a una violencia simbólica donde nuestra capacidad para informarnos y ser participes del “debate” ya esta viciada por la estructura de las redes. Alimentar el prejuicio anula la posibilidad de mentalidad ampliada de la que habla Arendt. Elemento fundamental para la filósofa para tener una calidad democrática. Este problema ha ido en crescendo, porque se hace uso de manera sucia de estos algoritmos e informaciones. Empresas como la ya extinta consultora Cambridge Analytica usó los datos de los usuarios para crear bots o distribuir fake news a favor de determinadas campañas políticas. Esta estrategia ha sido usada por las campaña del Brexit, Donald Trump o VOX. Estrategias que resuenan a las viejas prácticas de Edward Bernays de estimular el lado pasional de los seres humanos y en el peor de los casos ha generado el auge de la nueva ultraderecha.
Las redes sociales han terminado por dinamitar las fronteras entre público y privado. Lo que hacemos en el hogar es un valor de exposición. Tal como lo describe Byung-Chul Han, la nueva era de la información ha posibilitado un nuevo panóptico [4], donde a través de la auto-exhibición los usuarios se acaban controlando unos entre otros sobre lo que hacen o hicieron, lo que dicen o dijeron. Pensemos cuantos tuits recuperados del pasado han sido sacados de contextos como arma arrojadiza en un debate.
No es banal el debate acerca del derecho a la información. Recientemente y en boca de todos, debido la crisis del COVID-19 sale la necesidad de proteger a la ciudadanía de las noticias falsas. El derecho a la información no es tanto – o no es solo – decir lo que a uno le apetezca, sino que la información sea democrática en términos de calidad, pluralidad, y el uso de los canales y accesos.
Finalmente, en relación con el título, la disolución del agora se refiere a esos espacios donde aparentemente hay debate – ya sea porque fluye información, porque hay una accesibilidad, porque los usuarios son participes… – pero la apariencia no es realidad. Denuciar, ser conscientes de la corrupción mediática que excede a los individuos. También, saber el poder de la pantalla televisiva y del móvil de parcializar y sobredimensionar la realidad del mundo.
En un sentido positivo, el agora ha quedado diluido, que no desaparecido, en un mar de sobreinformación. A mi juicio, la tarea pendiente es rescatar esos asuntos aptos para el debate y plantearlos en espacios óptimos para ello. Posibilitar espacios de vida pública donde conjugar las discusiones (lexis) con el quehacer (praxis). Además, concebir este espacio en dos sentidos: por un lado, en un sentido creativo – en el sentido que tuvieron los cafés de la Ilustración al arrebatar la opinión pública de la corte – , es decir, imaginar alternativas a los espacios actuales. Por otro lado, en un sentido de democracia radical para articular de manera conjunta los debates acerca de las preocupaciones latentes: condiciones laborales, feminismo, ecologismo, antirracismo, antifascismo y un largo etcétera de cuestiones. En términos gramscianos, tomar los espacios, imaginar un nuevo agora desde el que disputar la hegemonía cultural, espacios donde concebir la alternativa.
Citas bibliográficas
[1] HABERMAS, J. 1981. Introducción: delimitación propedéutica de un tipo de la publicidad burguesa. En: HABERMAS, J. Historia y crítica de la opinión pública. Barcelona: Gustavo Gili.
[2] BOURDIEU, P. 1996. El plató y sus bastidores. En: BOURDIEU, P. En: Sobre la televisión. Barcelona: Anagrama.
[3] HABERMAS, J. 1981. La transformación política de la función de la publicidad. En: HABERMAS, J. Historia y crítica de la opinión pública. Barcelona: Gustavo Gili.
[4] HAN, B. 2012. La sociedad del control. En: HAN, B. La sociedad de la transparencia. Barcelona: Herder.
Deja una respuesta