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Paradoja, Cooperativas y Donuts

“… Demasiados de nosotros tienden ahora a la autoindulgencia y el culto al consumo. La identidad humana ya no se define por lo que uno hace, sino por lo que uno tiene, pero hemos descubierto que tener y consumir no satisface nuestro anhelo de significado. Hemos aprendido que apilando bienes no podemos llenar el vacío de las vidas que carecen de confianza y propósitos”- Jimmy Carter (1979), Discurso del malestar.

Si resulta difícil imaginar a un presidente de gobierno cualquiera cargar a día de hoy de forma tan directa contra los hábitos de consumo desmedido que rigen nuestras sociedades, intentar imaginar a un presidente de EE. UU en plena Guerra Fría podría fácilmente provocar una carcajada en la persona ilusa que lo intente. Pero lo cierto es que ese discurso se escribió, se anunció y se pronunció. En él, además de cargar contra alguno de los sucesos más sangrantes que aquejaban en aquel momento al sistema político americano (Watergate, Guerra de Vietnam, el consumo desmedido de los combustibles fósiles…), el presidente demócrata Jimmy Carter le pidió a “su pueblo” que usara el transporte público, que ahorrase energía en casa o que desarrollara confianza de los unos en los otros sobre su capacidad de autogobernarse. Desde una perspectiva crítica se puede esgrimir que Carter solo pronunció este discurso cuando su país, tremendamente sacudido por la estanflación (estancamiento económico acompañado por una subida de precios) ocasionada por la Segunda Crisis del Petróleo empezó a perder su independencia energética, lo que ni en términos económicos ni geopolíticos resultaba deseable. La concepción del mensaje igual no partía desde una convicción sincera de lo nocivo que podía llegar a ser el sistema consigo mismo, concentraba la demanda de esfuerzo en los individuos y no en las grandes corporaciones, y pretendía únicamente garantizar la estabilidad macroeconómica de EE. UU, pero el mensaje era igual de rupturista en lo referente a los hábitos y lógicas de consumo de la sociedad, se abría la puerta de igual manera a un cambio de dinámicas que permitiesen salir de la crisis avanzando a un nuevo modelo más sostenible que evitara volver a caer en semejante encrucijada. Con este discurso, Carter se convirtió un año después en el candidato presidencial que ofrecía una alternativa algo más “sostenible” para superar el fracasado capitalismo controlado de posguerra, el cual ahora estaba dando tantos problemas relativos a la distribución de la riqueza y el consumo de recursos naturales. Los americanos acudieron a votar con la peor crisis que hasta la fecha se había vivido desde la Gran Depresión, y lo hicieron buscando una solución que permitiese solucionar el problema, que ya era identificado como el sistema. Tuvieron que decidir entre Carter o Reagan, y se quedaron con Reagan. El resto del cuento (Consenso de Washington, nacimiento del neoliberalismo, globalización asimétrica, crisis financiera de 2008…), ya lo conocemos.

Que el SARS-CoV-2 (el coronavirus) supone probablemente la mayor crisis sanitaria que amenaza a la humanidad en su conjunto desde la aparición del VIH es un hecho, pero, y aunque aún es pronto para conocer su magnitud real, la probabilidad de que esta crisis sanitaria puede derivar en una importante crisis económica (con efectos igual de devastadores que los de 2008) se presenta igual de preocupante. Ante una tesitura como esta, salirse de la norma y apostar por nuevos modelos de crecimiento parece algo muy pertinente (incluso deseable), tal y como lo fue con la Crisis del petróleo del 79. Pero, si en aquel momento era neoliberalismo o capitalismo controlado algo más orientado a la sostenibilidad de producción y consumo, ¿qué opciones podrían estar ahora sobre la mesa?

Decrecimiento: la paradoja

En un pequeño pueblo de la costa mexicana, un lugareño dedicado a la pesca se encuentra con un turista norteamericano, a quien le cuenta en que consiste su día a día:

-Soy pescador, me levanto tarde, pesco dos-tres horas, me voy a casa a jugar con mis hijos, duermo la siesta con mi pareja y, al atardecer, me voy con mis amigos a tomar cerveza.

El norteamericano, perplejo por las pocas horas que diariamente dedica el pescador a trabajar, le pregunta por qué no dedica más tiempo a su oficio, ya que eso le permitiría tener más ganancias, comprar una embarcación más grande, crear filiales por todo el mundo, vender caras sus acciones y hacerse rico.

Sorprendido ante semejante plan, el pescador le pregunta por qué debería perseguir toda esa riqueza, y el norteamericano le responde que con todo el dinero que acumularía, no tendría que volver a trabajar y podría retirarse a su pueblo natal para levantarse tarde, pescar dos horas, jugar con sus hijos, dormir la siesta con su pareja y salir por la noche a disfrutar con sus amigos” (Ponencia de Carlos Taibo en la Asamblea 15M de Puente de Vallecas, 2015)

Fuente; Decrecimiento.info

El decrecimiento es una corriente que nace en los años 70 del siglo pasado de la mano del matemático y economista rumano Georgescu-Roegen, quien desarrolló estudios de bioeconomía en los que reflexionó sobre los límites del crecimiento económico en los que concebía que este solo se sustenta en la explotación desmedida de recursos naturales. Esta corriente ha sido desarrollada por muchas personas del mundo de la academia, tales como Jean Paul Vesse, Serge Latouche o Carlos Taibo, para quien el decrecimiento es una propuesta provocadora por chocar frontalmente con la máxima del sistema, el crecimiento. Para Taibo, el decrecimiento es solo un “agregado” a otras corrientes de contestación, como el feminismo y el internacionalismo, que deben ser articuladas para reformar o cambiar el sistema (Taibo, 2015).

Las fundamentales objeciones de Taibo al crecimiento son (Taibo, 2015):

  1. El crecimiento no genera necesariamente cohesión social. Hay países que han crecido económicamente mucho en los últimos años, lo cual no tiene por qué haberse traducido en una mayor redistribución de la riqueza (China).
  2. El crecimiento económico no garantiza la creación de empleo o empleo de calidad, como podría ilustrar el proceso de “recuperación” de España tras la crisis de 2008.
  3. El crecimiento económico tiene un impacto medioambiental muy relevante, agota recursos naturales en base a su consumo desmedido.
  4. El crecimiento se sirve de las asimetrías del sistema mundo para que los países del centro (occidentales, industrializados, exportadores de manufacturas…) basen su desarrollo en la extracción de recursos de los países de la periferia (no occidentales, basados en la industria, exportadores de materias primas…).
  5. El crecimiento tiene un impacto social, pues promueve el consumismo y el materialismo.

Carlos Taibo defiende el decrecimiento como una vía para alcanzar unas condiciones de vida de alta calidad por parte de la mayoría, todo ello sin producir asimetrías y costes medioambientales irreversibles. Para poder llegar a esa situación de decrecientito, Latouche propone los “8 pilares del decrecimiento”: revaluar (sustituir los valores de la sociedad actual por valores locales y de cooperación basado en el humanismo), reconceptualizar (sobre todo los términos de riqueza, crecimiento y desarrollo), reestructurar (el sistema productivo y las relaciones sociales), relocalizar (promoviendo la producción local), redistribuir, reducir, reciclar y reutilizar.

Postcapitalismo: la vía del cooperativismo

Este modelo ha sido propuesto por el periodista británico Paul Mason, redactor jefe de economía de “Channel 4 News” y frecuente colaborador en el prestigioso diario “The Guardian”. Se trata de un músico, politólogo y periodista especializado en economía que ha llegado a reconocer que bajo el capitalismo “se ha propiciado la mayor oleada de desarrollo jamás vista” (Mason en Bellver, 2018: 110). Es un crítico con lo que él llama el capitalismo de la información (que se correspondería con el modelo surgido tras la caída del Telón de Acero), en el que ve cuatro grandes conflictos:

  1. Se permite la existencia de monopolios a gran escala, los cuales imponen sus precios al no existir la competencia. El ejemplo que él pone es ITunes, que cobra el mismo precio por todas las canciones, costando lo mismo el tema más solicitado que una canción apenas conocida.
  2. La innovación tecnológica debería de estar liberando mano de obra, pero no está sucediendo.
  3. El surgimiento de negocios que buscan acumular rentas a gran escala, las cuales se posicionan entre empresario y cliente para pedir dinero. El ejemplo de Mason es Airbnb.
  4. El aumento de asimetrías en la distribución de información, concentrándose una cantidad ingente en pocas manos (Zuckerberg o Bezos, entre otros muchos).

Para Mason estas cuatro lógicas hacen que la economía deje atrás las leyes capitalistas clásicas de la oferta y la demanda y se centre en la acumulación de renta, esto es, en no producir nada y obtener dinero. David Ricardo atacaba a quienes deseaban tener rentas diciendo que “la palabra rentismo proviene del ataque burgués de la remanencia de la aristocracia” (Mason en Bellver, 2018: 109). Según Mason, este nuevo modelo habría colapsado en su capacidad de generar riqueza y bienestar, pues la tecnología estaría siendo utilizada para, tal y como declaraba en una entrevista al País, “no crear productos más caros, sino más baratos e impedir a los trabajadores encontrar empleo en una industria tradicional en declive” (Mason, 2016).


Fuente; Somos Malasaña

Para poder superar este escenario, Mason propone descartar la vuelta a la socialdemocracia tradicional o al modelo planteado por la Tercera Vía, apostando por el Socialismo Utópico, al cual aplicándole las nuevas oportunidades que concede la innovación tecnológica, el autor define como Postcapitalismo.

Para Mason el socialismo utópico siempre se había encontrado con dos grandes trabas: la escasez y la mentalidad de las personas, que por trabajar en condiciones deplorables (lo que se ha venido a llamar después como “trabajadores pobres”) tendían a buscar una jerarquía (económica, política, social…) rígida que aportase estabilidad y seguridad a sus vidas. En opinión del autor, esto ya no supondría un problema, pues las distintas evoluciones del capitalismo habrían derivado en una situación de abundancia (en la que nos encontraríamos ahora), que coincidiría con una mentalidad diferente por parte de unos individuos nuevos (Mason en Bellver, 2018: 110). 

A esa situación “utópica” de postcapitalismo se llegaría mediante la difuminación de las diferencias entre trabajo, salario y propiedad, pasando por tanto a un modelo cooperativo. El paradigma de esto lo encuentra el autor en Wikipedia, un proyecto que se mantiene a flote gracias a la participación voluntaria de la ciudadanía y que es capaza de ocasionar pérdidas millonarias a las grandes editoriales. Las personas no trabajarían por un salario, su actividad generaría un beneficio para la cooperativa, que sería la “propietaria” de ese entramado encargado de prestar bienes o producir servicios (la empresa). Como todas las personas que participan de la actividad son “propietarias” de la cooperativa, la misma acaba por no ser propiedad de nadie, no existen plusvalías ni salarios diferentes, el beneficio del trabajo está en “cuidar” de la cooperativa, que es a su vez quien “cuida” de ti.

En el postcapitalismo, el sector del trabajo voluntario (y no impuesto) podría tratar de tú a tú al sector estatal, politizando la revolución tecnológica y democratizando la economía. Permitir que la persona trabajadora se identifique y realice con su empleo, frenar la carrera por el crecimiento económico que agota los recursos naturales o redistribuir de forma equitativa la riqueza, serían algunas de las ventajas que Mason ve en el postcapitalismo.

Otras alternativas, la utopía tan solo es lo que aún no se ha intentado

Kate Raworth es una autodefinida economista renegada, la cual ha centrado parte de sus estudios en revisar el modelo económico de mercado y crecimiento existente en la actualidad. Colaboradora de Oxfam, es la autora de la teoría de la “doughnut´s economy” (donut o rosquilla en castellano), la cual pretende adaptar el modelo económico a los límites sociales y medioambientales que presenta nuestro planeta en la actualidad (Kate Raworth, 2020). Para ello, se propone dejar atrás los considerados ya como “viejos” indicadores de crecimiento, siendo el más criticado el PIB, indicador que concibe el crecimiento como un proceso ilimitado, que no tiene fin, siendo entonces positiva la explotación a gran escala de los recursos naturales si esto garantiza un mayor crecimiento. Este indicador sería sustituido por otro, el cual pasaría a tener forma de donut y no perseguiría el crecimiento por el crecimiento, sino el crecimiento necesario para satisfacer las necesidades de las personas (de todas ellas) dentro de los límites de sostenibilidad que nuestro planeta puede soportar. Esta forma innovadora de medir el crecimiento necesitaría de cambios trascendentales en la producción y el consumo, apostando su creadora por la pre-distribución de recursos y conocimiento actualidad (Kate Raworth en Ballena Blanca, 2018). Más allá de algunas ideas sobre esta nueva distribución, el modelo queda relativamente poco desarrollado (por el momento), pero la nueva forma de medir sugerida por Raworth puede serle muy útil a las propuestas sugeridas por el decrecimiento y el postcapitalismo.

Fuente: Ecopost.info

Por otro lado, nos encontramos propuestas como la planteada por Jeremy Rifkin en su obra “La sociedad del coste marginal cero”, donde se plantea un nuevo paradigma económico llamado el “procomún colaborativo”. En este trabajo el autor rescata la figura del “procomún”, un tipo de titularidad de la propiedad que rompe con la tensión público-privada al situarse en el medio de ambas. Se trata de un conjunto de bines y servicios, tangibles e intangibles, del que todos, y a la vez ninguno, somos propietarios. Son las cosas que heredamos y creamos conjuntamente, como la biodiversidad o el internet. Para Rifkin, en la actualidad se habla está dando una tercera revolución industrial que requiere de “la necesidad de introducir el procomún en las comunicaciones, la energía de la logística, junto a una renovación de la empresa cooperativa” (Collado Campaña, 2016). Según Rifkin, lo importante no es plantearse el derecho a la propiedad, sino el derecho al acceso, para lo cual se pueden emplear ciertas prácticas, como la microfinanciación y el crowfunding entre iguales, la implementación de monedas virtuales y el desarrollo de empresas sin ánimo de lucro y con una orientación hacia la comunidad. El objetivo de todo esto sería, parafraseando a Gandhi, “que lo importante es vivir conforme a la satisfacción adecuada de las necesidades humanas, no con respecto a la codicia” (Collado Campaña, 2016).

En las últimas semanas, se ha publicado en el diario francés Le Monde un manifiesto iniciado por la actriz Juliette Binoche y el científico Aurélien Barrau al que se han adherido hasta 200 personalidades de la ciencia, el arte y el deporte como Jane Fonda, Pedro Almodóvar, Cate Blanchett, Iggy Pop, Julianne Moore, Joaquin Phoenix, Residente, Vanessa Paradis y James Peebles en otros muchos. En este manifiesto, se habla de la Covid-19 como una consecuencia de un problema sistémico basado en el consumismo y la contaminación que amenaza con un colapso global, por lo que se pide a los gobiernos que se tomen medidas que no nos devuelvan a la casilla de partida. En esta línea, Nicolas Hulot, exministro francés de Transición Ecológica y Solidaridad, fundador y presidente de la Fundación Nicolas Hulot para la Naturaleza y el Hombre, publicó en el mismo diario 100 principios y 5 proposiciones para “poner las primeras piedras del nuevo mundo”. El mencionado artículo habla de la necesidad de una Europa solidaria que destine fondos y esfuerzos económicos para la transición ecológica, de la necesidad de sustituir el librecambio por el cambio justo, la necesidad de la relocalización y de movilizar recursos públicos para combatir la crisis ambiental.

Las crisis son procesos de cambio negativos e inestables, pero en mi opinión, su existencia sirve para probar los límites de las estructuras sociales, políticas y económicas, abriendo la oportunidad de arriesgar con nuevas formas de hacer y ser, de cambiar. Sea como fuere, tras las experiencias de 2008 y el Covid-19, plantearse volver a la normalidad parece, cada día, un poquito menos factible.

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