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La sociedad contemporánea en «El Hoyo»

*Fotograma película El hoyo.

“En verdad, en verdad os digo que, si no coméis la carne del Hijo del Hombre y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros.  El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo le resucitaré en el último día. Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él. Igual que el Padre que me envió vive y yo vivo por el Padre, así, aquel que me come vivirá por mí.  Éste es el pan que ha bajado del cielo, no como el que comieron los padres y murieron: quien come este pan vivirá eternamente” Juan 6, 51-58.

Con esta vehemencia animaba Jesucristo a sus discípulos para que incurrieran en el ya tradicional sacrificio de la comunión, un rito religioso que bien podría ser problematizado con la cuestión del canibalismo. La jerarquía eclesiástica, evidentemente, no entra a valorar este tipo de observaciones. Incluso la antropología, entendida por la RAE como la “Ciencia que estudia los aspectos físicos y las manifestaciones sociales y culturales de las comunidades humanas”, parece haber tenido una mayor preocupación por problematizar los sacrificios de las poblaciones que a occidente le podían resultar más exóticas (los yanomami de Venezuela, los Tupínamba brasileños, los fores de Nueva Guinea…), que en reflexionar sobre las palabras recogidas por escrito de la figura más emblemática e influyente de la cristiandad. Quienes aparentemente no tuvieron problema en mostrar la posible relación entre comunión y canibalismo fueron David Desola y Pedro Rivero, los guionistas de la película El Hoyo. Ni con la comunión, ni con el estado, ni con el capitalismo, el nuevo largo de moda carga por medio de las metáforas contra toda estructura viviente del siglo XXI.

El Hoyo es una película que, por la crítica, es definida como un “thriller fantástico”, no en vano arrasó en la última sección del Festival de Cine Fantástico y de Terror de Sitges. Sin embargo, a mi me parece que se trata de algo mucho más grande y que, por lo tanto, no puede ser tan estrechamente encorsetado en una etiqueta. El Hoyo es aquello que se muestra en escena, es un nuevo modelo de cárcel en el que los prisioneros se disponen de dos en dos a lo largo de una serie de innumerables pisos (333) verticalmente organizados, con un agujero en el medio, y con una plataforma en la que la comida, caracterizada por su escasez, va bajando de habitación en habitación, saciando a los reclusos de los pisos superiores y condenando al hambre y al caos a aquellos que viven en las plantas inferiores.

Pero el filme es también es todo aquello que no es pero parece ser. El Hoyo es un conjunto de personas que, en el mismo lugar y tiempo, se encuentran sometidas a un conjunto de normas y disposiciones comunes, por lo que sus interacciones y relaciones van a constituir su realidad. El Hoyo es por tanto una sociedad, LA SOCIEDAD, y como tal en ella reina la desigualdad entre los de arriba, que por ocupar aleatoriamente una posición de privilegio gozan de un suculento festín, y los de abajo, que por el mismo procedimiento azaroso se ven sentenciados, en muchos de los casos, a muerte.

Esta disposición carcelaria que nos ofrece el filme bien podría ser extrapolada al conflicto de clases que sesga a todas las sociedades del mundo, pero más evidente incluso resulta la comparación que esta metáfora nos ofrece con respecto al conflicto Norte-Sur que atraviesa al hijo predilecto de Wallerstein, el Sistema Mundo. Para este sociólogo estadounidense, las relaciones económicas entre países están dispuestas de tal forma que se retroalimenta de forma continua una lógica por la que los más ricos se hacen más ricos y los más pobres no dejan de empobrecer (el famoso Sistema Mundo).

La existencia de esta lógica ha llevado a teóricos de muy diversas disciplinas a desarrollar un conjunto de teorías del todo variopintas, dentro de las cuales cabría resaltar la teoría del “velo de la justicia” propuesta por Rawls. Este autor, de quien se dice que era teórico de la justicia, nos propone un juego: decidir donde nos gustaría nacer si no supiéramos en qué condiciones lo vamos a hacer. Se supone que, como no conocemos el sexo, la identidad sexual, la raza, la clase económica, el estado de salud y demás condiciones que nos definen con las que vamos a nacer, vamos a procurar elegir el país que ofrezca mayores garantías para todos y cada uno de los supuestos y, el país escogido, será el paradigma de la sociedad justa.

Si el juego del velo de la justicia es un árbitro válido para atribuir el título de sociedad justa a un país concreto no lo voy a problematizar (no porque esté de acuerdo con él, sino porque no me interesa para relacionarlo con la película), pero si que me gustaría rescatar la idea que tristemente termina desprendiéndose del juego de Rawls, y es que nunca tendremos la posibilidad de elegir el país, el entorno y las condiciones de nuestro nacimiento, así que todas las consecuencias que de este se deriven, serán aleatorias, arbitrarias y, por lo tanto, injustas. Tan injusta como los privilegios que emanan de la distribución por pisos de los presidiarios de El Hoyo, que por la rotación mensual al azar que se hace de los reclusos en la mencionada institución, disponen de más o menos facilidades para acceder a la comida, a la supervivencia. Así, por medio de esta metáfora, El Hoyo nos recuerda que quienes nos situamos arriba sumergidos en privilegios (occidentales, hombres, cisgénero, heterosexuales, blancos, ricos…) no hemos hecho nada que no hayan podido hacer los que se encuentran por debajo para merecer semejante condición predilecta, que todo es fruto de la suerte y del azar, y que cambiar la lógica y dinámica perversa de la plataforma (sociedad) depende del desarrollo colectivo de una conciencia de comunidad que nos ayude a entender que, a pesar de las posibles diferencias lingüísticas, étnicas, religiosas, culturales, de capacidades, geográficas, materiales o de cualquier otro tipo, al final todos nos necesitamos para sobrevivir a ese Sistema Mundo del que, hasta la fecha, nos negamos a salir.

Además del Sistema Mundo, El Hoyo también se atreve a atacar desde la subliminalidad al especismo, entendido como “el antropocentrismo moral que lleva a la infravaloración de los intereses de aquellos que no pertenecen a nuestra especie animal homo sapiens”. Este ataque se hace empleando uno de los conflictos centrales de la película, el canibalismo, que supone un gran trauma para los protagonistas del largo, y sin duda alguna pone en una situación muy incómoda al espectador. En la película se refleja como para un ser humano resulta inconcebible, incluso en los momentos de mayor necesidad y desesperación, arrebatarle la vida a otro humano con el fin de satisfacer la función vital básica de la nutrición, algo que no plantea tantos problemas cuando se trata de la vida de otra especie animal. Cuando el compañero antropófago del protagonista comienza a indicarle al mismo como debe ir mutilando el cuerpo de la funcionaria suicidada, emplea una serie de metáforas que relacionan directamente los “beneficios” que se van a obtener con los alimentos que proceden de la industria cárnica. En la escena referida, el caníbal dice: “córtale el carrillo, las costillas, las orejas, el lomo…”. A fin de cuentas, si del cerdo se come todo y sin remordimientos, ¿por qué no hacer lo mismo con los humanos?

Además, cabría destacar que el contexto actual acompaña al filme, lo hace más rico, pues El Hoyo muestra por medio de su argumento un universo distópico, una situación en la que la supervivencia de cada uno depende directamente de los sacrificios personales que a nivel individual deben ser realizados, situación que, salvando las distancias evidentes (que no son precisamente pequeñas), guarda un fino parecido con la crisis sanitaria que altera nuestra actual cotidianidad. Así, El Hoyo lanza un mensaje poderoso sobre la necesidad de desarrollar una conciencia anti-individualista para poder revertir las situaciones de crisis, y es que, ¿puede haber situaciones más distópicas que las que nos está regalando nuestra contemporánea actualidad?

Como conclusión, me gustaría darle la razón a la crítica, que dice que El Hoyo pertenece al género de lo fantástico, y es que se trata de una película increíblemente fantástica, tanto en términos cinematográficos (con un elenco a la altura, un guión distópico y original, una trama rápida y dinámica, y una ambientación sombría que envuelve por completo al espectador), como en términos de crítica y reflexión social.

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