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Prostitución: del tabú a la falsa liberación

Hoy vamos a poner en el centro un tema de rabiosa actualidad: la prostitución femenina. Desde estudiosas hasta políticas, la prostitución empieza a ser un asunto central en todos los debates actuales. Existe una extensa producción bibliográfica que recopila las diferentes posturas e interpretaciones en torno a este fenómeno, que algunas autoras han definido como “la institución que con más crueldad demuestra la organización del Patriarcado”

Desde la construcción teórica de la prostitución como “una forma de esclavitud y violencia de género hacia la mujer” hasta su definición como “un prisma que pone al descubierto el temor de la sociedad por mujeres fuera de la norma sexual” [1], muchas son las teorías que matizan estas dos interpretaciones antagónicas. Pero ¿dónde se encuentran las diferencias y las similitudes? Situaremos el punto clave que siembra la polémica en el significado que se otorga al cuerpo femenino y a su sexualidad. 

Mujeres bien

Como sabréis, la sexualidad ha estado durante milenios ligada a la reproducción y la heterosexualidad. Pero, sobre todo, ha mantenido y modulado las relaciones de poder entre hombres y mujeres, perpetuando el sistema de dominación más popular: el patriarcado. Los hombres han sido Sujeto y, como tales, definieron la sexualidad como su sexualidad. En este reparto, se establecieron diferentes roles: entre los hombres ya casados eran comunes las relaciones extramatrimoniales, la promiscuidad y el concubinato (se asentaron distintas instituciones que les garantizaban tanto la permanencia como la variedad de sus parejas sexuales). En otra situación muy distinta se encontraban las mujeres: a un lado, se hallaban aquellas destinadas al matrimonio, una casta de mujeres “dignas” relegadas a la esfera privada y las labores reproductivas y de cuidados. A otro, las mujeres “públicas”, destinadas a satisfacer el “legítimo” deseo de variedad sexual de los hombres. 

Barrio Rojo en Amsterdam. Fuente: Tribuna Feminista.

Pero ¿cuáles son las causas que han sostenido este modelo dicotómico? Según Anthony Giddens “las personas interiorizan actitudes, valores, expectativas y comportamientos característicos de la sociedad en la que han crecido” [2]. De esta forma se va a producir la construcción social de los roles de género: en el proceso de socialización, mujeres y [2] hombres adquieren identidades de género que se incorporan a su individualidad y subjetividad, reforzando la supraestructura, dado lugar a lo que se conoce como doble moral sexual. 

La construcción de los discursos

Por un lado, un amplio sector de la sociedad reclama una regulación comercial de los negocios sexuales por parte del Estado. Hablamos de los discursos reglamentaristas: pretenden enmarcar la prostitución como una actividad laboral más con el objetivo de abandonar su “estigma” y “criminalización”. 

Este tipo de regulación supondría equiparar los derechos laborales de las prostitutas con los de cualquier otra profesión, con la misma protección jurídica. 

En este sentido, los sectores más críticos con el abolicionismo plantean lo siguiente: En primer lugar, se tacha a las personas abolicionistas de clasistas, ya que históricamente la prostitución ha sido ejercida y ha sido la vía de supervivencia económica de la mujer pobre. Pero no sólo eso, desde el reglamentarismo se critica el paternalismo de las premisas abolicionistas: censurar la elección de estas mujeres las infantiliza, las mantiene en una eterna “minoría de edad” (dicho en términos kantianos) al considerarlas sujetos pasivos víctimas de las circunstancias. 

Fuente: Europa Press «Situación de la prostitución en España»

Y, la tercera crítica giraría entorno a una cuestión puramente estadística: los datos muestran que hay una abrumadora parte de la prostitución que es forzada, así que, porcentualmente, la prostitución voluntaria es muy baja, y eso lleva a las personas anti-prostitución a considerar que responder a las demandas de la minoría sería un error al ‘”tomar la parte por el todo”. 

El reglamentarismo rechaza esta postura y niega que responder a las demandas de las “trabajadoras sexuales” partidarias de la normalización implique ningunear o banalizar la trata. Afirman que, de hecho, ayudaría a combatirla ya que “la forma de luchar contra el sistema neoliberal en el que vivimos es la lucha por conquistar derechos sociales, civiles y laborales”. Que es precisamente por el rechazo a este sistema, que se basa en la explotación del más débil, que hay que trabajar por la conquista de los derechos de las prostitutas, por su “empoderamiento”, como lo han hecho otros/as trabajadores/as en sus oficios. 

En definitiva, podemos decir que este discurso hace una lectura liberal pretendidamente progresista de la realidad: no se criminaliza ni desprecia a la prostituta, sino que reivindica su autonomía y se habla de libertad sexual y libre elección, de una superación de los mantras y complejos judeocristianos, pero se ignora por completo el contexto. 

En contraposición, las teóricas abolicionistas argumentan que todas las prostitutas trabajan forzadas en mayor o menor medida. En este sentido, la prostituta es la víctima de un proceso que no controla, pues su decisión está limitada por condiciones sociales estructurales (pobreza, marginación, falta de oportunidades, abuso sexual). 

Defiende la erradicación de la prostitución con medidas legales que no actúan sobre la trabajadora sexual en sí, sino que se dirigen a las personas relacionadas con su organización y explotación. Estas medidas legales penalizan el tráfico y el proxenetismo (coercitivo o no), y a las personas consumidoras de los servicios sexuales. A su vez, defiende la aplicación de medidas que ayuden a la rehabilitación de las víctimas del tráfico y de la prostitución [3]. 

Para este discurso, la libertad adopta un significado muy diferente: 

La libertad de elección

A lo largo de los años, el movimiento feminista ha luchado por desprenderse de todo tipo de autoridad: la religión, la tradición, pero también el mercado. Defender la comercialización del cuerpo de las mujeres no puede considerarse transgresor ni una reivindicación colectiva, porque convertir el propio cuerpo en mercancía es explotar. No es liberador. Es rendirse al mercado. 

El sistema neoliberal no es una estructura estática ni sus mecanismos son inmutables, se adapta y selecciona muy inteligentemente aquellos discursos que pueden perpetuar su existencia, que pueden consolidar y validar su funcionamiento. Hoy día nos encontramos ante un panorama feminista infectado, contagiado por un discurso individualista que corrompe el significado emancipador del histórico lema “Sobre mi cuerpo decido yo”. Las personas pro-prostitución llegan a afirmar que prostituirse es un acto subversivo, que rompe con el estigma que la sociedad impone a las mujeres. En todo su argumentario existe una sospechosa relación entre transgresión y negocio. 

Para responder a la teoría reglamentarista hay que escapar de ese reduccionismo interesado y entender la prostitución con todas sus implicaciones. 

El modo en que el discurso neoliberal ha hecho suyo el negocio de la prostitución para presentarlo como algo progresista es muy parecido a como lo ha hecho con la “maternidad subrogada”, solo que en el caso de los vientres de alquiler no solo se mercantiliza el cuerpo de la mujer sino también al bebé. 

A finales del siglo XX el capitalismo cambió su campaña de publicidad y en vez de legitimar la prostitución basándose en que biológicamente la mujer es inferior al hombre y que, por ende, debe servirle, se apoyó en una falsa promesa emancipatoria, en la idea de la “libertad” de cada uno para elegir su “profesión”. Pero, aunque el lenguaje cambie, la realidad de la industria de la prostitución no cambia, funciona como hace años. 


 [1] Villa Camarma, Elvira “Estudio antropológico en torno a la prostitución”. 2010. 

[2] Anthony Giddens y Philip W. Sutton. (2018). Sociología (8ª Edición). Madrid: Alianza Editorial, S. A. 

[3] Villa Camarma, Elvira “Estudio antropológico en torno a la prostitución”. 2010. 


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